jueves, 4 de octubre de 2018

Desde el otro lado


(El texto que sigue se publica en el programa de las Fiestas de la Virgen del Rosario que han empezado este 4 de octubre en Boquiñeni.  Difícilmente podré sentirme tan orgulloso de publicar algo en otro sitio. Gracias por la confianza)

Todo te llamaba la atención cuando, de muy crío, llegabas a Boquiñeni. Lo primero, los horarios y cómo pasaba el tiempo. Obligatorio, lo que se dice obligatorio, sólo era estar en casa para las comidas y para dormir, también la siesta, costumbre que entonces no entendía y que era lo que menos me gustaba. El resto del tiempo podías pasártelo en la calle. Además, siempre había más gente, podías ir en bicicleta de un lado a otro (aunque te hubieran dicho ‘no pases de allí’, quedaba margen para olvidarte) y, encima, te mandaban a algún recado. Ir a comprar no se qué, ir a buscar leche, ir a llevarle agua a tu tío que estaba en el campo. ¿He dicho tu tío? Bueno, es que otra de las cosas que te llamaba la atención en Boquiñeni cuando llegabas allí en verano es que todo eran tíos y tías. No fallaba, ibas por la calle con tu abuela, tu madre o cualquier otro pariente (esa era otra de sus peculiaridades, allí la familia no se acababa nunca) y, de repente, una mujer se te acercaba, te sonreía de oreja a oreja, te cogía de los mofletes, tú la mirabas desde abajo como asustado y siempre la oías preguntar: ‘¿Es que no sabes que yo también soy tía?’ Te curabas en salud y después de reponerte del susto respondías siempre que sí. Al fin y al cabo si tu abuela había tenido tres hermanas y un hermano, bien podía ser verdad ese parentesco.

Ay perdón, que me he metido aquí sin más y sin presentarme, otra vez me he dejado llevar y me he lanzado directamente a la calle. Bueno, soy Juan, el hijo de la Lola, el nieto de tío Pepe y tía Pilar y lo primero que quiero contar es que me han dejado meterme en este programa de fiestas (aunque yo haya nacido en Mallorca) para asomarme desde aquí a todo el pueblo y poder contar lo que veo. Ya adelanto que éste va a ser el escrito más difícil de mi vida porque, además de ser una carta de amor y de inmenso agradecimiento, es una carta que voy a compartir y nada puede hacerme sentir más orgulloso y feliz. Y mira que me han pasado cosas aquí (o allí, que ahora escribo desde Palma, del otro lado del espejo), mira que he vivido momentos diferentes, mira que me he pateado calles y mira que he conocido gente antes y después de aquel día (o para qué engañarnos, debió ser una noche) de un final de año de los ochenta que pasé en Boquiñeni y que fue cuando decidí que no me iba a conformar sólo con venir sin más sino que, a mi manera y desde el profundo respeto que eso representa, me integraría al máximo y haría de Boquiñeni mi refugio, mi pueblo, mi país y hasta mi bandera (aunque las banderas me gusten más bien poco, tampoco lo voy a negar). No se dónde andaré estos días cuando arranquen las fiestas de la Virgen del Rosario pero si sé en qué andaré y cómo estaré: rebuscando entre todos mis recuerdos, respirando aires que ya respiré, fundiéndome con los colores de los lugares por los que pasé, escuchando conversaciones antiguas y sintiendo que estoy allí. Es decir, aquí.

Sé que estas fiestas de octubre, esté donde esté, enumeraré, sin orden ni concierto y saltando de año en año, todo lo que he hecho en Boquiñeni, que creo que es casi todo: disfrazarme, o revestirme, que es una palabra que suena mejor; acercarme a una acequia y encandilarme con algo que entonces me parecían como arañas de agua mientras contábamos ‘pare una, pare dos, pare tres’ y así hasta que te cansabas; ver ocultarse a un erizo o vigilar tortugas; escapar de una oca que te persigue (o que te encorre) y hasta pasar una temporada por la escuela (todavía recuerdo aquel dictado para distinguir las bes de las uves, ‘daba vértigo asomarse a aquel abismo’); ir a por huevos de gallinas al corral; jugar en la calle al pañuelo o a preguntar por alguien que venía de Valladolid y traía un oficio y hasta hacerle unos agujeros a una calabaza antes de que se pusiera de moda Halloween y prender dentro una cerilla para iluminarla...O casi desnucarme al caer por una escalera por ir a sacar agua de una fuente, o embobarme con el soplete del herrero, que era como un cañón de fuegos artificiales.... Y trasnochar, y madrugar, y coger tomates, y almorzar, y subir a un coche para marcharte de fiesta, y calentarte, y cantar (aunque te digan majo, cómo desafinas), y bailar, y pontificar, y reír, y llorar, y curarte de amores y desamores, y dormir, y ver amanecer, y ver cómo anochece. Y apropiarte de palabras desconocidas por mí hasta entonces y dar a otras un significado diferente. Qué sé yo, por recordar algunas: falordia, escobar, esbarizar, pozal, arranque, penalti, membrillo y hasta tontolaba. Y naturalmente que recordaré las veces que me he sentado en la misma piedra de la misma calle en que se sentaba mi abuelo y que alguien me dijo alguna vez ‘estoy viendo a tio Pepe’. Y sí, sé que todo eso se revolverá dentro de mí cuando suene la música de la fiesta.

Cómo se parecía y se parece aún todo esto a la libertad. En ningún sitio como en Boquiñeni me he sentido tan libre. Desde el otro lado, sólo puedo dar las gracias por todo a tanta gente. Y una cosa más para terminar: quiero aprovechar esta ocasión única e irrepetible para nombrar desde este programa de las fiestas de octubre a María Dolores Blasco Almau, mi madre, hija de José Blasco Coscolla y de Pilar Almau Solsona. Boquiñenera, naturalmente. Ella me une a todo lo que he vivido y todavía viviré aquí. Y a todo lo que, de Boquiñeni, ni puedo ni quiero olvidar. Hasta siempre.


1 comentario: