Van a poner adoquines en algunas calles de
Boquiñeni después de arreglar la canalización. Por eso, varias estaban levantadas y la hoguera que abre las fiestas se
encendió este mayo de 2018 en una plaza, la del Rosario, que tenía un no se qué de
descampado. Van a poner adoquines (o eso me contaron y yo me lo creo) pero no es mayo del 68 y aunque debajo no estará
la playa, sí quedará algo que se le parecerá mucho. Bajo las baldosas nuevas
quedará guardado todo lo que he pisado y compartido en Boquiñeni.
Lo conté
una vez y seguiré diciéndolo bien alto las veces que haga falta: volveré, solo o en
compañía, volveré. Y encenderé una hoguera con mis recuerdos. Una hoguera como
la de la noche de la víspera. Ahí se mezclará todo, lo que ya he pasado y lo que descubro en cada viaje. Y a todo lo que viví, compartí y paseé, sumaré lo nuevo. Y añadiré, en esta coctelera de recuerdos que he llamado 'Blogquiñeni', a la concejala que me regaló el pañuelo azul que
lleva el escudo con la barca. Y sumaré, también, el pañuelo amarillo del
bar El Rincón, al que acabo de deshacerle el nudo mientras escribo ya que la última vez me lo quité directamente del cuello, pasándomelo por la cara y la
cabeza, sin darme tiempo a alisarlo y doblarlo. Bajo las calles nuevas
embaldosadas quedarán, por ejemplo, los
pasos que di con J, al que llamo R junior, porque R llaman a su padre. Y
aunque bajo los adoquines no se oculte la playa
como proclamaba el grito revolucionario de mayo del 68 (o sí, vaya usted a saber), seguro
que quedará todo lo que me he ido dejando allí,
que es casi la mitad de lo que soy. Que empecé muy joven, en el siglo pasado
cuando todo era aún en blanco y negro. Que empecé muy joven, muy crío, cuando
las bicicletas eran, sí, para el verano. Que ahora ya sé que, bajo los
adoquines, se habrá quedado aquella moneda de 500 pesetas que, otras fiestas,
se me coló por un agujero del suelo de madera del Casino. S estaba aquella
tarde conmigo y bromeamos mucho. Ay, S, cuánto te debo, qué falta me haces.
Pero todos esos momentos pasados quedarán bajo las calles y nunca se perderán.
He estado en Boquiñeni para las
fiestas de mayo, las de los tres patrones, el Santo Cristo, San Gregorio y San
Miguel. Las recordaba en blanco y negro y esta vez las he vivido en color.
Debajo de los adoquines no estará la playa pero sí algo que tiene la fuerza de
una confidencia en la arena paseando con los pies mojados junto al mar: el
recuerdo de ese momento en que alguien, en la barra de Los Gemelos, me contó que mi abuelo, que era de Boquiñeni, llegó a conocer tan bien los entresijos de la noche de Palma que había
hablado con el portero de Barbarela y el Sargents Peppers para que no tuviera
problemas al entrar en esas salas de fiesta.
Cuando los adoquines cubran las
calles, también guardarán otras fiestas, esas de octubre, que fueron un
aquelarre. Eran los años ochenta y
llegué buscando algo o huyendo de no se qué. Volveré a Boquiñeni; solo o
en compañía (preferiblemente solo porque es la mejor manera de encontrarse)
volveré y sabré que allá quedarán todos mis pasos anteriores y todo lo
que voy añadiendo a mi almario con el paso del tiempo: amigas, amigos, confidencias, historias de la guerra y de la paz y hasta canciones, charangas y jotas. Como una de hace años, que
proclamaba algo así como que ya tenemos
pabellón, pronto tendremos piscinas y un paseo pa ir andando hasta la barca
Pradilla . Años después es verdad que, además de pabellón, ya están las piscinas
y un paseo pa ir andando hasta la barca Pradilla, aunque la barca se la
llevara el río en una de esas inundaciones que, de tanto en tanto, ponen a
Boquiñeni en las portadas de los
periódicos. ¿Qué habrá sido de aquel
muchacho sentado que espera den las once (o las doce, ahora no recuerdo
bien) en un reló que está parado?
Tendré que tomarme otra Ambar, vaya. Y es que ocurre algo extraño con los bares que han cerrado y a los que siempre me asomo para
ver qué queda dentro. Los bares que han
cerrado en Boquiñeni se han quedado como suspendidos en el tiempo, como si tuvieran que abrir al día siguiente. Te asomas a la puerta, o a algunas de las
ventanas, te fijas en que la barra sigue ahí, que quedan restos del mobiliario
y tú piensas que, de un momento a otro, volverán a oírse voces, que se
reanudarán conversaciones que quedaron interrumpidas y que tendrás oportunidad
de volver a vivir todo paso a paso.
Ahora me veo pegado a un cristal de lo que fue uno de esos bares y miro donde la barra y luego hacia la derecha y todo vuelve a empezar. Doy unos pasos, esta vez a la izquierda, sobre mí mismo y me quedo justo enfrente de la entrada de hace décadas, ahora la de Bantierra, la Caja Rural de Aragón, y que entonces era la de La Pastelería, que es donde compraba primero los polos y los friseles, luego los kases y los medios kases y más tarde las cervezas. Hubo un año, debió ser el 74 o así, que siempre una vieja y un viejo iban palbacete y alguien le pedía a Cheli que sacara el güiski para el personal porque iban a hasé un guateque. Era una de las canciones que sonaba en la máquina de discos de' la Paste', al fondo a la izquierda, según entrabas. La máquina de ahora es un cajero automático pero yo estoy seguro que habrá quienes cuando se pongan delante para sacar dinero recordarán los tiempos de las pesetas y los duros que hacían moverse a los discos después de apretar unas teclas. Recuerdo momentos de diferentes épocas que me vuelven a la cabeza cuando la veo cerrada. Recuerdo los momentos del PM y, sobre todo (y qué voy a contar que no haya contado antes) del Bar Joyosero, que cuatro años después de que echara el cierre, se me sigue apareciendo abierto en los sueños. 'Es que no tenéis casa u qué' , sí pero la llevamos dentro.
No sabría precisar ni cuando ni cómo, pero todo un bar, con sus sillas, sus mesas y su clientela , cambió de lugar de un año para otro. O de un viaje para otro, que es mi medida del espacio tiempo cuando me dejo abducir por Boquiñeni y confundo el real con el imaginario. Al menos en mi imaginación, el 'bar de Pipo' estaba en la calle que terminaba entre dos tiendas que marcaron mi infancia y (como si de un encantamiento se tratara) apareció en la calle de al lado convertido en Los Gemelos. La próxima vez preguntaré si todo eso es algo que yo tengo en la cabeza o realmente ocurrió así.
Y ya vale, por ahora, que hay que ir acabando igual que se acaba mayo. No me despediré sin nombrar a Labordeta, que aunque no es de Boquiñeni, sigue poniendo letra y música a lo que me pasa por la cabeza cuando me meto en este blog. Y anotaré que 'somos como esos viejos árboles batidos por el viento que azota desde el mar'; y anotaré
que 'vamos a echar nuevas raíces por campos y veredas para poder andar'. Y, naturalmente,que 'habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad'.
Ahora me veo pegado a un cristal de lo que fue uno de esos bares y miro donde la barra y luego hacia la derecha y todo vuelve a empezar. Doy unos pasos, esta vez a la izquierda, sobre mí mismo y me quedo justo enfrente de la entrada de hace décadas, ahora la de Bantierra, la Caja Rural de Aragón, y que entonces era la de La Pastelería, que es donde compraba primero los polos y los friseles, luego los kases y los medios kases y más tarde las cervezas. Hubo un año, debió ser el 74 o así, que siempre una vieja y un viejo iban palbacete y alguien le pedía a Cheli que sacara el güiski para el personal porque iban a hasé un guateque. Era una de las canciones que sonaba en la máquina de discos de' la Paste', al fondo a la izquierda, según entrabas. La máquina de ahora es un cajero automático pero yo estoy seguro que habrá quienes cuando se pongan delante para sacar dinero recordarán los tiempos de las pesetas y los duros que hacían moverse a los discos después de apretar unas teclas. Recuerdo momentos de diferentes épocas que me vuelven a la cabeza cuando la veo cerrada. Recuerdo los momentos del PM y, sobre todo (y qué voy a contar que no haya contado antes) del Bar Joyosero, que cuatro años después de que echara el cierre, se me sigue apareciendo abierto en los sueños. 'Es que no tenéis casa u qué' , sí pero la llevamos dentro.
No sabría precisar ni cuando ni cómo, pero todo un bar, con sus sillas, sus mesas y su clientela , cambió de lugar de un año para otro. O de un viaje para otro, que es mi medida del espacio tiempo cuando me dejo abducir por Boquiñeni y confundo el real con el imaginario. Al menos en mi imaginación, el 'bar de Pipo' estaba en la calle que terminaba entre dos tiendas que marcaron mi infancia y (como si de un encantamiento se tratara) apareció en la calle de al lado convertido en Los Gemelos. La próxima vez preguntaré si todo eso es algo que yo tengo en la cabeza o realmente ocurrió así.
Y ya vale, por ahora, que hay que ir acabando igual que se acaba mayo. No me despediré sin nombrar a Labordeta, que aunque no es de Boquiñeni, sigue poniendo letra y música a lo que me pasa por la cabeza cuando me meto en este blog. Y anotaré que 'somos como esos viejos árboles batidos por el viento que azota desde el mar'; y anotaré
que 'vamos a echar nuevas raíces por campos y veredas para poder andar'. Y, naturalmente,que 'habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad'.
Acabo de regresar de Boquiñeni, cierro de momento el tarro de la pócima y me voy con la música a otra parte.
Pero, eso sí, prometo que pase lo que pase con las baldosas nuevas no taparan mis recuerdos y que (si hace falta) levantaré los adoquines y buscaré mis pasos y todos mis momentos y todas mis historias compartidas. Aunque en el
empeño dé con el río y me confunda con él. Hasta la próxima.
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