(El
texto que sigue se publica en el programa de las Fiestas de la Virgen
del Rosario que han empezado este 4 de octubre en Boquiñeni.
Difícilmente podré sentirme tan orgulloso de publicar algo en otro
sitio. Gracias por la confianza)
Todo
te llamaba la atención cuando, de muy crío, llegabas a Boquiñeni.
Lo primero, los horarios y cómo pasaba el tiempo. Obligatorio, lo
que se dice obligatorio, sólo era estar en casa para las comidas y
para dormir, también la siesta, costumbre que entonces no entendía
y que era lo que menos me gustaba. El resto del tiempo podías
pasártelo en la calle. Además, siempre había más gente, podías
ir en bicicleta de un lado a otro (aunque te hubieran dicho ‘no
pases de allí’, quedaba margen para olvidarte) y, encima, te
mandaban a algún recado. Ir a comprar no se qué, ir a buscar
leche, ir a llevarle agua a tu tío que estaba en el campo. ¿He
dicho tu tío? Bueno, es que otra de las cosas que te llamaba la
atención en Boquiñeni cuando llegabas allí en verano es que todo
eran tíos y tías. No fallaba, ibas por la calle con tu abuela, tu
madre o cualquier otro pariente (esa era otra de sus
peculiaridades, allí la familia no se acababa nunca) y, de repente,
una mujer se te acercaba, te sonreía de oreja a oreja, te cogía de
los mofletes, tú la mirabas desde abajo como asustado y siempre la
oías preguntar: ‘¿Es que no sabes que yo también soy tía?’
Te curabas en salud y después de reponerte del susto respondías
siempre que sí. Al fin y al cabo si tu abuela había tenido tres
hermanas y un hermano, bien podía ser verdad ese parentesco.
Ay
perdón, que me he metido aquí sin más y sin presentarme, otra vez
me he dejado llevar y me he lanzado directamente a la calle. Bueno,
soy Juan, el hijo de la Lola, el nieto de tío Pepe y tía Pilar y
lo primero que quiero contar es que me han dejado meterme en este
programa de fiestas (aunque yo haya nacido en Mallorca) para
asomarme desde aquí a todo el pueblo y poder contar lo que veo. Ya
adelanto que éste va a ser el escrito más difícil de mi vida
porque, además de ser una carta de amor y de inmenso
agradecimiento, es una carta que voy a compartir y nada puede
hacerme sentir más orgulloso y feliz. Y mira que me han pasado cosas
aquí (o allí, que ahora escribo desde Palma, del otro lado del
espejo), mira que he vivido momentos diferentes, mira que me he
pateado calles y mira que he conocido gente antes y después de
aquel día (o para qué engañarnos, debió ser una noche) de un
final de año de los ochenta que pasé en Boquiñeni y que fue
cuando decidí que no me iba a conformar sólo con venir sin más
sino que, a mi manera y desde el profundo respeto que eso representa,
me integraría al máximo y haría de Boquiñeni mi refugio,
mi pueblo, mi país y hasta mi bandera (aunque las banderas me
gusten más bien poco, tampoco lo voy a negar). No se dónde andaré
estos días cuando arranquen las fiestas de la Virgen del Rosario
pero si sé en qué andaré y cómo estaré: rebuscando entre todos
mis recuerdos, respirando aires que ya respiré, fundiéndome con los
colores de los lugares por los que pasé, escuchando conversaciones
antiguas y sintiendo que estoy allí. Es decir, aquí.
Sé
que estas fiestas de octubre, esté donde esté, enumeraré, sin
orden ni concierto y saltando de año en año, todo lo que he hecho
en Boquiñeni, que creo que es casi todo: disfrazarme, o revestirme,
que es una palabra que suena mejor; acercarme a una acequia y
encandilarme con algo que entonces me parecían como arañas de agua
mientras contábamos ‘pare una, pare dos, pare tres’ y así
hasta que te cansabas; ver ocultarse a un erizo o vigilar tortugas;
escapar de una oca que te persigue (o que te encorre) y hasta pasar
una temporada por la escuela (todavía recuerdo aquel dictado para
distinguir las bes de las uves, ‘daba vértigo asomarse a aquel
abismo’); ir a por huevos de gallinas al corral; jugar en la
calle al pañuelo o a preguntar por alguien que venía de Valladolid
y traía un oficio y hasta hacerle unos agujeros a una calabaza
antes de que se pusiera de moda Halloween y prender dentro una
cerilla para iluminarla...O casi desnucarme al caer por una
escalera por ir a sacar agua de una fuente, o embobarme con el
soplete del herrero, que era como un cañón de fuegos
artificiales.... Y trasnochar, y madrugar, y coger tomates, y
almorzar, y subir a un coche para marcharte de fiesta, y
calentarte, y cantar (aunque te digan majo, cómo desafinas), y
bailar, y pontificar, y reír, y llorar, y curarte de amores y
desamores, y dormir, y ver amanecer, y ver cómo anochece. Y
apropiarte de palabras desconocidas por mí hasta entonces y dar a
otras un significado diferente. Qué sé yo, por recordar algunas:
falordia, escobar, esbarizar, pozal, arranque, penalti, membrillo y
hasta tontolaba. Y naturalmente que recordaré las veces que me he
sentado en la misma piedra de la misma calle en que se sentaba mi
abuelo y que alguien me dijo alguna vez ‘estoy viendo a tio Pepe’.
Y sí, sé que todo eso se revolverá dentro de mí cuando suene la
música de la fiesta.
Cómo
se parecía y se parece aún todo esto a la libertad. En ningún
sitio como en Boquiñeni me he sentido tan libre. Desde el otro
lado, sólo puedo dar las gracias por todo a tanta gente. Y una cosa
más para terminar: quiero aprovechar esta ocasión única e
irrepetible para nombrar desde este programa de las fiestas de
octubre a María Dolores Blasco Almau, mi madre, hija de José
Blasco Coscolla y de Pilar Almau Solsona. Boquiñenera,
naturalmente. Ella me une a todo lo que he vivido y todavía viviré
aquí. Y a todo lo que, de Boquiñeni, ni puedo ni quiero olvidar.
Hasta siempre.