domingo, 12 de agosto de 2012

Habrá un día en que todos...

                
A esta hora del domingo, que es la del vermú en Boquiñeni, preparo el equipaje para volver a la realidad y a las historias intrascendentes. Aún deben quedar en la barra del bar salmueras, banderillas, pulpitos ensartados por un palillo y hasta anchoas recién dispuestas sobre una tostada de pan. Me habré bebido ya uno, o dos, vermús con sifón. E. me habrá pasado, como de extranjis y envueltos en un papel, un par de monederos de los que sacan cada año con el nombre de Bar Joyosero y que este año son rojos. Los monederos de 2012 incluyen una leyenda que informa de que ese local, que primero fue ‘el bar de F’ (el mismo F. que hará bastantes años me dio a probar en su bodega un vino viejo que me servía en pequeñas copas a las que él también pegaba un sorbo cuando su mujer no miraba) arrastra “más de sesenta años” de historia. A C. le ha dado este año por repetir cada dos por tres que quiere jubilarse pronto. “Si tardas otros tres años en volver, igual ya no me encuentras aquí” me dice para ponerme los dientes largos. Seguro que a estas alturas, en una de la mesas del local, M. ya me ha vuelto a contar que una vez le habló de mí a Jaume Matas, aquel ministro de Medio Ambiente que también fue presidente de Baleares y que arrastra condenas por prevaricación, malversación, falsedad en documento mercantil y yo que sé  cuantas cosas más. Matas, cuando era ministro, se presentó una vez en Boquiñeni tras unas inundaciones y si es verdad que le hablaron de mí, pagaría por ver la cara que puso. Un año me hice una foto con algunos de los que participaron en la algarada que le montaron al ministro cuando se paseó por Boquiñeni. Conociéndole, a Jaume Matas, no puedo dejar de imaginar la escena. Pero dejemos al ex president, que es un personaje totalmente intrascendente en esta historia. Vuelvo la vista a otra de las mesas. Quizá L. y A. también han pasado esta mañana. Igual venían de Tudela o de algún pueblo en fiestas. Aunque suelen ir por otro de los bares de Boquiñeni, esta mañana habrán hecho por verme y se habrán dejado caer por aquí. Hay más gente que en un día de faena. Este domingo, en que yo me preparo para salir de mi propio sueño del verano, hay más mujeres de lo que es habitual en el bar. Y niños y niñas, que me recuerdan a cuando yo empecé a venir por Boquiñeni y que entran y salen a por helados o a por ‘chuches’ que ahora se venden en un aparador especial. ¿No están allí P. y J.? J. es uno de los de la General Motors , lo mismo que F., con quien hablo siempre que vengo por aquí y que ahora anda metido en el comité de empresa. J. fue hace años concejal y hasta diputado provincial y pronto me preguntará ‘dónde has dejado a S’ y empezará con el estribillo de El milagro de Lamberto, que es una especie de contraseña entre nosotros. No sé si el cuñado de J., que también se llama S., estará ya en la casa, donde está a punto de empezar una comida familiar. Un año me hizo un montaje con un programa de internet y le puso música, de Labordeta naturalmente, a una fotografías que había estado haciendo yo por ahí. I.M. habrá ido temprano a comprar ‘El País’ y en casa de Tía L. ya estarán terminando de comer. R. está a un lado de la barra. Y V también; de hecho sigue en la misma esquina que la noche anterior. Y mira, no ha terminado todavía el vermú y ya se empiezan a servir los primeros cafés. Menos mal que los platos, con la cucharillas y los azúcares, están preparados desde hace rato.

Me cuesta mucho pero tengo que salir. Recorro el lugar con la mirada y se mezclan en mi coctelera momentos, gestos, expresiones y rostros de otras veces que he estado por aquí. Ya no vendrá R, con quien nos pasábamos a tomar café después de la comida. Ni F., cuyo retrato preside el bar, y que ya no volverá a preguntar aquello de ‘¿Es que no tenís casa u qué?’ Me voy. Me voy con la música a otra parte. Aún me queda convertir este ‘blog’ y su contenido en una especie de mensaje dentro de una botella. Cuando atardezca me acercaré hasta la barca, pasaré frente a la escuela y las piscinas y me sentaré a mirar el río. Cuando nadie me vea cogeré la botella y la lanzaré al Ebro. Así es como imagino el destino de este Blogquiñeni, de este cuaderno del verano de 2012,  a partir de ahora. Como un mensaje que irá siempre de un lugar para otro a la espera de que alguien lo rescate.

Volveré. Solo o en compañía, volveré. E imaginaré que suena el Canto a la Libertad de José Antonio Labordeta. Y que, como dice su letra, “habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad’. Porque la libertad existe. La llevamos dentro y nos sale siempre  al paso en el lugar más insospechado. Yo la he notado siempre muy cercana en Boquiñeni. Y allí nos reencontraremos.

(A mi madre, María Dolores Blasco Almau, que me une a todo lo que he intentado contar)


Palma, 12 de agosto de 2012

 
                

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